¿Cómo se vive un clásico puertas adentro?
En la víspera del River-Boca del domingo, buceamos por cómo se vive un clásico en el seno de un plantel profesional.
Hay una canción de cancha que entona la hinchada de San Lorenzo, que dice: “A ver si los jugadores lo sienten igual que yo”. Y en los tiempos que corren, da la sensación de que muchos jugadores de esta época no lo sienten como los hinchas. Hoy, el jugador casi que se ha transformado más en un trabajador del fútbol que en un futbolista.
Por eso, hoy vamos a hacer el ejercicio de imaginar cómo se sienten los clásicos del otro lado del mostrador. Porque no te voy a contar a vos, querido lector, cómo se siente —si vos lo vivís, al menos, dos veces por año—, pero seguramente no tenés idea de si los que van a defender tu camiseta y tu honor de hincha sienten algo parecido.
Por eso, hoy te voy a contar, con algunos testimonios más allá del mío, qué se sentía en aquellas épocas donde el futbolista desarrollaba un mayor sentido pertenencia, donde perduraban en el tiempo en los clubes.
Yo no tuve la suerte de jugar en Superliga, Liga Profesional o Primera División —como más te guste llamarla—. Mi carrera fue siempre dentro del Ascenso. Después de hacer todas las divisiones inferiores en San Lorenzo y, con edad de Cuarta División, un día me llegó la mala noticia: me dejaron libre. Fue ahí donde empezó mi recorrida por diversos clubes hasta llegar a Defensa y Justicia, para jugar directamente en Tercera División.
Pasado el tiempo de prueba, llegó el fichaje y también el momento de pasar por la utilería a buscar mi ropa para hacer mi primer entrenamiento como jugador del club. Y fue en ese momento donde me dejaron en claro las prioridades que había en Florencio Varela. El utilero, el recordado Oscar Arévalo —más conocido como “Falo”—, antes de darme la muda, me dijo:
—Mariano, acá no importa si jugás bien o mal, si llegás a Primera o no. Acá hay que ganarle a Quilmes. En Primera, en Tercera y a las bolitas. A Quilmes hay que ganarle siempre y a todo. Lo demás es secundario.
No había hecho ni un entrenamiento y ya sabía cuáles eran las obligaciones que me iban a acompañar durante mi estadía en el club.
Viví una época en la que Defensa y Justicia traía cuatro o cinco refuerzos, y los demás éramos casi siempre los mismos. Éramos una camada de jugadores que llegaban desde inferiores, más este foráneo al que habían “curado” el día de su llegada y transformado en un Halcón más.
Entonces, en cada inicio de campeonato, el día que se daba a conocer el fixture, jugábamos a ver quién acertaba el rival del debut y en qué fecha se jugaba el clásico. Recuerdo que el capitán —muchas veces yo— tenía la misión, la mañana siguiente al sorteo, de comprar el diario Crónica, donde salía la grilla completa. La recortábamos, la pegábamos en una de las paredes del vestuario y marcábamos con resaltador la fecha en la que nos cruzábamos con ellos. Era así como esos pocos que llegaban a formar parte de nuestro plantel tenían claro que ese era el partido. Que, si bien todos son importantes dentro de un campeonato, ese es el que te marca con la gente, con tu gente, para bien o para mal.
Pero como te dije más arriba, mi vida fue siempre del fútbol sabatino, del más carente de recursos, donde el ingenio debe ser la mayor virtud tanto de dirigentes como de cuerpos técnicos. Y donde el sentido de pertenencia está más al alcance de la mano, y muchas veces es más redituable que una billetera abultada.
Es por eso que ahora te voy a trasladar las sensaciones de tres exjugadores —uno de ellos hoy DT de Primera División— para que también te cuenten qué se siente a ese nivel, cómo lo viven y desde cuándo lo viven. Y ahí saber si realmente lo sienten como vos, que llevás a tu club impregnado en la piel, en el corazón y en el alma.
Para Javier Sanguinetti —exjugador de Banfield y Racing, técnico alterno de Julio Falcioni en su paso por Boca, y ya como cabeza de grupo DT de Banfield, Newell’s y hoy de Sarmiento— acumula una larga experiencia: “Tuve la suerte de pasar por muchos, tanto como jugador, como ayudante o ahora como DT, y puedo decirte, Mariano, que se viven todos intensamente. Pero no es lo mismo jugarlos que dirigirlos. Como jugador, sos responsable directo y lo vivís a mil, sabiendo todo lo que se genera alrededor de ese partido. Y como DT, debés vivirlo casi de la misma manera, pero sabés que tu misión es dar herramientas, no solo para sentirte representado, sino para que los tres puntos se queden con uno. Y eso hace que tengas —aunque cuesta mucho— que bajar un cambio, como para no perder lucidez a la hora de la toma de decisiones”.
Entonces me sale preguntar, después de esta reflexión donde marca la diferencia del sentir estando dentro o fuera del campo: ¿cómo se recibe el resultado final?
“Ganar se vive de manera diferente. Si bien la alegría es igual, como jugador liberás toda esa carga acumulada desde el inicio de la semana, no te importa nada y no tenés límites. Como entrenador, debés ser muy prudente. Debés festejarlo, porque vos también viviste una semana cargada de sensaciones, pero tenés que mantener el rol de líder y demostrar que el triunfo es de los jugadores. Que vean tu felicidad, pero que no sientan que la querés robar por haber decidido la estrategia, la táctica o los cambios. Ahora, la derrota pega igual siendo jugador o DT: la sensación de frustración, bronca y vacío es la misma”.
En cambio, para Mario Rolando Escudero —más conocido como Roly—, aquel marcador de punta del equipo campeón de San Lorenzo en 1995, donde era uno de los pocos forjados en las inferiores del club, los clásicos se viven desde temprano. “Yo los empecé a vivir desde el mismo momento en que llegué al club para jugar en Sexta División”, cuenta.
Roly es cordobés, nacido en Bulnes, Provincia de Córdoba, y fue seleccionado para sumarse al club después de un amistoso entre un combinado de esa localidad —reforzado con jugadores destacados de pueblos aledaños— y la Séptima División de AFA de San Lorenzo. Continúa con sus vivencias: “Yo, en aquellos tiempos de juventud, quería ganarles a Huracán y a Boca. Era lo que más feliz me hacía”.
Imaginate entonces, querido lector, si en inferiores esa era casi su prioridad, lo que sentía una vez afianzado en Primera División: “Desde que salía el fixture los imaginaba, no solo por lo que significaban para mí, sino para la gente del club, esa que me acompañó en la época de inferiores y la que me cuidaba en la pensión para que pensara solo en jugar. Yo me preparaba quince días antes, manejaba los entrenamientos, la ansiedad, y sobre todo, en las fechas previas al clásico me cuidaba con el tema de las amonestaciones. No quería perdérmelos por nada del mundo”.
Y continúa con algo distintivo de aquella época: “Te acordás que se jugaba la Reserva antes del partido nuestro, ¿no? Entonces, antes de cambiarnos, veíamos el primer tiempo desde la puerta del vestuario. Ibas viendo cómo se llenaba la cancha, el ida y vuelta de las tribunas… y ya el cuerpo y la cabeza se empezaban a movilizar de una manera única. Te hacía jugarlo como se vivía, y a la vez vivías para jugarlo. Era algo impagable”.
Por último, nos queda la mirada de Cristian Traverso: “Los clásicos, aunque suene a frase hecha, son todos distintos, Mariano. Pero a la vez, es el partido que todos quieren jugar”.
“Boca no te permite relajarte ni ir calculando tiempos. El día a día del mundo Boca es tan exigente que no te da respiro, y el único momento en que podés detenerte a pensar en ese partido de trascendencia mundial es en la semana previa, o quince días antes si llegás a esa fecha al límite de amonestaciones”.
“Yo me siento un privilegiado. Primero, por ser jugador de fútbol. Y segundo, por haber jugado unos cuantos Boca–River, porque es un partido para pocos. Y eso también es especial. Es un partido donde nadie analiza las formas y en el que lo único que importa es ganar”.
Antes de despedirse, me atreví a preguntarle qué sentía con respecto a ese viejo interrogante del mundo del fútbol: ¿quién llega mejor?
“No existe el ‘quién llega mejor’. Porque el que llega mal toma el clásico como punto de inflexión y se agranda desde sus propias flaquezas y limitaciones, porque sabe que puede ser el partido que lo acerque de nuevo a su gente y haga que las cosas malas queden en el olvido. Y si venís bien, sabés que puede ser el golpe de nocaut para el otro".
"Y es tan así lo que te cuento, que si tenés buena memoria vas a recordar aquel clásico del '97, donde nosotros veníamos muy mal. Fuimos al Monumental y, a los 30 minutos, ganábamos 3 a 0. Totalmente impensado. Y más allá de que después nos empataron, ahí te das cuenta de que este partido no se juega ni antes ni después. Los antecedentes no juegan".
No me animo —ni puedo— a decir que todo tiempo pasado fue mejor. Pero sí puedo asegurar que aquellos eran hinchas adentro de la cancha. Que aquellos lo sentían igual que vos. Y que por eso los clásicos eran, como la palabra lo dice, clásicos. Los de hoy son partidos con rivales antagónicos, y nada más.
Excelente cada día escribís mejor
Mariano: una nota mejor que la anterior. Seguí así.