El Peque y el tenis: Schwartzman encara su último viaje
El Argentina Open será su despedida profesional. Chela, Olguín, Fabbri y su hermano Matías construyen los motivos detrás de un retiro prematuro.
“¡Qué viaje!”
No es anecdótico que Diego Schwartzman eligiera esa frase para comenzar su publicación en redes sociales, en la que anunciaba públicamente su adiós a las canchas, aquel 5 de mayo de 2024. Ahora, esta semana, esa despedida se rubricará definitivamente en el ATP 250 de Buenos Aires que lo tendrá como protagonista de uno de los partidos más interesantes de la primera ronda: enfrentará al chileno Nicolás Jarry, 38 del mundo, el martes por la noche en el Buenos Aires Lawn Tennis Club. En casa, con el apoyo incondicional de su gente, un hombre que fue profeta en su tierra.
A veces se sobrepiensan las respuestas en busca de una explicación. Se analizan desde un prisma y desde otro para tratar de descifrar lo inexplicable, de encontrarle una razón o una excusa a un misterio sin solución. ¿Por qué se retira Schwartzman? ¿Por qué a sus 32 años cuando la vida útil de los deportistas parece haberse extendido gracias a la evolución en el entrenamiento y los cuidados médicos? Y, sobre todo, ¿qué sucedió para que pasara de jugar las finales de Buenos Aires y Río en semanas consecutivas, de alcanzar las semifinales en Barcelona, los cuartos de final en Montecarlo y la segunda semana en Roland Garros en 2022, a ganar apenas 13 partidos en todo 2023?
La historia es simple. Tan simple que incluso sorprende en un mundo en el que se tejen teorías conspirativas y siempre parece haber algo oculto. Sin rebusques ni cosas raras, el propio Schwartzman develó sus razones con la misma precisión y efectividad con la que soltaba su revés cruzado o su derecha invertida: “Dejar una vida que me dio tanto es una decisión demasiado difícil, pero por otro lado, lo feliz que fui jugando al tenis me impulsa a seguir queriendo mantener la sonrisa dentro y fuera de la cancha como siempre lo hice. Sin embargo, hoy esa sonrisa por momentos me cuesta encontrarla”.
Sus compañeros de rutina, los pilares que lo acompañaron durante el circuito hasta transformarse en una segunda familia, recibieron la primicia. Juan Ignacio Chela, el entrenador con el que forjó paredes durante siete años hasta septiembre de 2023, seguramente lo supo mucho antes que el propio Peque se lo dijera. Tantas temporadas, tantas giras juntos y tanta conexión lo transformó en mucho más que un coach: pasó a ser su amigo, un confidente. “Todo el equipo de laburo fue como una gran familia viajando por el mundo”, recuerda Chela.
“Hubo un click en la etapa final de Diego, en la que él nos planteó que ya se le estaba haciendo pesado, muy cuesta arriba el día a día, la exigencia del laburo -profundiza Chela-. Más allá de que uno fue acomodando cosas, no es lo mismo tener a un jugador de 23 ó 24 años a uno de 30 y con muchos años en el Top 20 o en el Top 10. Tiene otra experiencia y otro desgaste, mental y físico. Y eso también se traslada obviamente a los resultados, a los partidos y a los torneos”.
Otro que lo conoce como la palma de su propia mano es Leonardo Olguín, quien integró el staff de coaches junto a Chela de 2016 a 2021 y ahora fue elegido por el Peque para que lo acompañe a su lado durante este adiós: “Yo siempre creí que él podía jugar varios años más, porque siempre se cuidó al máximo y estuvo muy bien físicamente, pero cuando hace un año me pidió que lo vuelva a ayudar para su final me di cuenta que realmente no quería más. Porque ya no quería estar al máximo. Igualmente intentó hacer los últimos torneos de la mejor manera, pero su cabeza no estaba al 100% para sostenerse en la cancha, como lo hizo en otros momentos”.
Alejandro Fabbri completa el rompecabezas de entrenadores, parte del grupo de trabajo entre 2021 y 2023: “Un jugador sudamericano como Diego, que está en el más alto nivel por tanto tiempo, genera un desgaste muy grande. Son muchas semanas seguidas de aviones, de viajes sin un corte, de cambios de horarios y de no poder estar en casa durante gran parte del año. A lo largo de los años las cosas que hacías de manera automática y no te afectaban te empiezan a costar un poquito más, a tener que ponerle un esfuerzo extra para tratar de sostener ese nivel de exigencia. Y como consecuencia, la frescura mental que necesitas para competir a ese nivel top ya no la tenés. Y eso es lo primero que se refleja en la competencia”.
Los tres coinciden. No había secretos. Diego fue durante toda su carrera un jugador que se brinda al máximo. En cada paso, en cada entrenamiento, en cada partido. Esa fue la fórmula que lo llevó a ser número ocho del mundo, un hito impensado para la gran mayoría -prácticamente para casi todos- hace tan solo unas temporadas. El trajín de los años lo fue erosionando: así como lo impulsó al Top 10 lo derrumbó en el ranking. No había fórmulas mágicas para argumentas su ascenso en el ranking: lo suyo era el trabajo constante, estar pleno y enfocado. Tan transparente era que, en cuanto se desvío un poco del camino, la baja de tensión se trasladó inmediatamente a sus resultados.
“Siendo un gran trabajador quizás ha perdido un poquito la intensidad y en este deporte tan individualista y competitivo bajar un poquito es complicado, es difícil. Ha hecho cosas maravillosas, espectaculares, desde el corazón, desde el trabajo, desde el esfuerzo. Bajó un poquito y ya las cosas se le empezaron a complicar”, reflexiona José Luis Clerc, leyenda dentro de las canchas y tal vez la persona que más partidos en vivo comentó desde el principio a fin de su carrera por su trabajo en las transmisiones de ESPN.
“Vos vas como los caballos, con los ojos tapados y para adelante -asegura Chela- pero perdés un poco ese fuego que te hizo tan bueno, que te hacía no querer perder ni un punto y luchar de la primera a la última sin importar el resultado. Y ahí es un momento en el que te empezás a cuestionar otras cosas, que entrás en otra etapa de tu vida, que ya irte un poco de ranking te pesa… Quizás eso a los 20 años ni lo evalúas y decís ‘sigo, sigo, sigo’ porque lo único que querés es volver, pero cuando ya sos un jugador hecho y consagrado eso te pesa mucho más. Fue un tema más mental y emocional que otra cosa porque él es un jugador súper sano, muy profesional, se alimenta y descansa muy bien, no le costaba viajar... Yo le veía unos años más, pero lo importante es lo que él estaba sintiendo. Y él tomó la decisión de retirarse”.
“A mis amigos que los amo. Mis hermanos y mis viejos que desde chiquito volamos demasiado alto cumpliendo sueños en familia, y sin ustedes nada hubiera sucedido, Euge que es la mejor compañera que me podía tocar para compartir la vida”.
Diego también es eso: una carta abierta de sentimientos. Su grupo de trabajo, su séquito y su familia fueron una fortaleza para él. En ese mismo párrafo del anuncio de despedida de hace ya nueve meses juntó a todos: entrenadores, amigos, familia. Su círculo.
“La verdad es que fue hermoso ver su proceso. Cómo fue creciendo. Siento un gran orgullo como hermano de ver todo lo que consiguió”, atesora entre sus recuerdos Matías Schwartzman. “Como hermano es un genio, es mi mejor amigo. Siempre está cuando uno lo necesita. Es así tal cual lo ven en la tele”.
Por más que suene obvio lo que dice Matías, el mundo del tenis y del deporte en general han demostrado una y otra vez que no siempre es así. No hay que mirar muy lejos para buscar ejemplos y caer en los lugares comunes de los amigos del campeón, de la fama que hizo descarrilar al deportista o del dinero que nubló a la estrella. Diego fue por otro camino. Tal vez su batalla contra las adversidades desde pequeño por su físico y los enormes esfuerzos familiares -narrados ya tantas veces- para costear sus viajes en etapas formativas lo forjaron a fuego. Armaron una coraza potente y también una enseñanza innegociable: primero los míos.
“Tuvimos muy buena conexión en lo profesional y en lo personal inmediatamente”, resalta Fabbri. Y enseguida resalta una de las claves del éxito como grupo: “Siempre le gustó compartir fuera de la cancha con su equipo de trabajo. Diego tenía la virtud de poder disfrutar de las giras recorriendo la ciudad donde estaba, haciendo actividades fuera del tenis que le generaban placer. Que es una gran ventaja en el día a día de viajes”.
Chela ahonda un poco más sobre aquella dinámica: “Teníamos muy claros los momentos: cuándo podíamos relajar y descomprimir un poco y cuándo había que trabajar. Obviamente que un jugador de esas características convive mucho más con la presión. Son muchos más los momentos en los que uno está compitiendo, está tenso, nervioso, con objetivos. Y eso hace que sea muy exigente todo el año. Vivía muy bien el estar afuera, no le costaba, le gustaba ir a caminar solo, tomar un café... Disfrutaba mucho de las ciudades”.
Algunos viven por y para el tenis. Cada uno tiene su propio libreto. El de Schwartzman era otro. Necesitaba abrirse un poco de vez en cuando. Tal vez eso le servía también para tomar dimensión de dónde estaba parado. De su posición. De su lugar en el mundo. De todo lo que había logrado. Su propio hermano Matías lo pone en palabras mejor que nadie: “Deja una sensación increíble, como alguien que la peleó y llegó a puestos que muy pocos pensaron que iba a llegar. Deja una huella muy importante y una esperanza para los chicos: no hace falta medir 1.90 para poder jugar al tenis”.
El Peque siempre fue por más. Desde que tenía 10 años hasta hace no mucho, durante sus temporadas en el circuito. Su cabeza siempre estuvo un paso adelante, mirando el futuro. Sin barreras ni imposibles. “Estábamos todo el día entrenando en el club, en un Grand Slam, volvíamos y yo lo jodía diciéndole que a las siete de la tarde abría su oficina porque se sentaba en un escritorio, en el hotel o en el departamento o en la casa en la que estábamos, y ponía la computadora, el iPad, el teléfono, todo... Y tenía proyectos, pensaba en otras cosas y en lo que iba a hacer después.. Yo le decía 'pará un poco, ¿cómo puede ser que no te explote la cabeza?'. Y él tiene esa energía, esa personalidad”, cuenta Chela construyendo un identikit perfecto del Diego incansable, del Diego soñador.
“Cuántos momentos que jamás imaginé, cuántas anécdotas que jamás soñé, cuánta gente conocí que me ayudó a crecer, que me enseñó tanto, que me convirtió en un jugador y una persona mucho mejor de lo que alguna vez alguien creyó que sería incluyéndome”.
Schwartzman rompió con todos los moldes del tenis. Construyó una carrera memorable, con cuatro títulos y otras diez finales. Con 250 victorias y un inolvidable ascenso al N°8 del mundo, con cuatro años dentro del Top 20 y tres temporadas ininterrumpidas: tres años seguidos dentro de los mejores veinte del mundo, siendo contemporáneo de Roger Federer, Novak Djokovic y Rafael Nadal, al que venció en Roma -uno de los patios de su casa- en 2020.
“Diego es un jugador extremadamente profesional e inteligente, muy inteligente. Tenía los objetivos muy claros. Desde el día a día, en el laburo de la jornada, la elección del equipo, en todo. Incluso era completo en la parte táctica también: armábamos los partidos y la llevaba a la perfección. Y una de las cosas más importantes y más difíciles de hacer era que lo podía sostener. Si el partido duraba cuatro horas y cinco sets, él en ningún momento se salía del libreto. Era muy constante y muy fuerte en eso. En todo sentido, mental y físico”, precisa Chela sobre la fórmula del éxito de Schwartzman.
“Tenía una calidad de laburo que la verdad no vi en muchos jugadores. Optimizaba mucho el tiempo con la calidad que le metía a cada ejercicio, en la cancha y en lo físico también. Quizá lo que alguno hacía en una hora, Diego lo hacía en cuarenta minutos con una calidad impresionante. Y siempre con mucha entrega, mucho enfoque. Tenía mucho empuje propio”, continúa.
Los entrenamientos, sin dudas, son la base del juego. Las repeticiones, las mejoras, las correcciones y la preparación del plan táctico. Todo pasa por ahí. Es el momento en dónde se ajusta la máquina. Diego lo tenía claro. Todos lo tienen claro, es cierto, aunque no todos pueden llevarlo a cabo. “Siempre tuvo un grado de enfoque y una profesionalidad altísima, lo que hacía que su nivel de entrenamiento fuera excelente”, advierte Alejandro Fabbri. Y Leo Olguín suma otros pilares -no menores- en el arquetipo del Diego Top 10. “Siempre quería ir por más y agregar cosas a su tenis. Se fijaba cómo podía mejorar e incorporar cosas para su tenis. Mentalmente, un crack”.
“Pelotita, ¿Qué puedo decirte para cerrar...? Me hiciste correr demasiado, reír, llorar, viajar y conocer. Me diste mucho y es hora de pasar a otra etapa”.
Linda nota, Leo!!!
Un grande el Peque!
Muy lindo artículo! 👏