El rey del potrero
Garrafa Sánchez es uno de los mitos del fútbol de ascenso argentino. Hoy lo homenajeamos a través del testimonio de sus compañeros.
Si sos un apasionado del fútbol, sabés que hay un submundo llamado Ascenso. Un mundo en el que todo se hace con mucho esfuerzo, ya sea por parte de dirigentes, jugadores y hasta del público en general. A la vez, son muy pocos los que logran salir de ese submundo y ser reconocidos por la élite de este hermoso deporte.
Si hacés una encuesta y preguntás quién es o fue el mejor jugador del fútbol de los sábados, algunos hinchas te van a responder con el corazón y te dirán un nombre relacionado con los colores del club que aman. Los demás, aquellos que pueden despojarse de ese cariño y responderte desde la razón, casi con seguridad van a decir dos nombres: Alberto "Beto" Pascutti y José Luis "Garrafa" Sánchez.
Del Beto no puedo darte muchas referencias más allá de lo que escuché, porque no tuve la suerte de verlo mucho en acción por una cuestión de edad. Ahora, de Garrafa te puedo contar mil cosas, así que preparate, porque lo que viene a partir de este momento es la radiografía del último gran 10 que tuvo el Ascenso: un tipo odiado o amado en igual magnitud, un fuera de serie, un tipo lleno de barrio y potrero, un loco lindo para quienes compartieron vestuario con él, un terrible adversario para los que nos tocó enfrentarlo y sufrirlo.
Mi historia con Garrafa comenzó allá por el año 91. Se disputaba la última fecha del torneo de Reserva 90/91 del Nacional B y se enfrentaban su Laferrere contra mi Defensa y Justicia. Él, un "gordito" que ponía la pelota debajo de la suela como si fuera un partido de baby fútbol; yo, un "bocón" que intentaba sacar chapa de férreo defensor en terrenos ajenos. Que yo me haya autodefinido como bocón no implica que él no lo fuera. Es más: creo que él era más bocón que buen jugador, y si como futbolista era un crack, imaginate lo que era con la boca.
En ese partido el ida y vuelta fue constante, pero había algo que él manejaba a la perfección y yo no: él no se calentaba, yo sí. Así fue como entré como un jilguero en su juego. En una jugada en mitad de cancha lo fui a buscar y lo levanté por el aire. Bicho él, empezó a gritar y pedir atención médica. Mi patada había sido fuerte, pero no para tanto griterío. El árbitro se dejó llevar y me amonestó. Apenas vio que la tarjeta estaba en el aire, Garrafa se levantó, me encaró —esta vez sin pelota— y cuando llegó cerca mío me dijo: "¿Ves que sos un boludo? Te dejaste llevar y te amonestaron. A mí no me dolió, y vos estás al horno. Ahora te hago echar por pelotudo".
Por suerte, esa frase me acompañó toda mi carrera. Aprendí que el que se calienta, pierde. Y esa tarde el que perdió fui yo. Si bien no me echaron, ya tuve que jugar más pensando en no hacer cagadas que en marcar bien.
Te imaginarás que mi odio hacia él nació esa tarde y no tenía fin. Cada vez que nos cruzábamos nos sacábamos chispas. Pero yo había aprendido la lección y nunca más caí en su juego dialéctico. Ahora, en lo futbolístico, él siempre estaba un paso adelante. Era tal su sabiduría que no podía ni pegarle. Cuando me arrimaba a marcarlo —sabiendo de mi sed de venganza— la largaba, me miraba y se reía, como diciendo: “No tenés chance de tocarme, gil. Vas a quedar caliente toda tu carrera”.
Y así fue: nunca estuve ni cerca de vengarme. Pero —y siempre hay un pero— el odio que yo le tenía no me impedía ni me impide decir que fue el mejor jugador que enfrenté. Un verdadero crack que siempre hacía lo que el partido pedía o su equipo necesitaba. Y voy a cometer un gran sincericidio: siempre soñé con ser su compañero, con olvidarme de todo y disfrutar de verlo jugar. Pero como eso no sucedió, no te lo puedo contar. Para eso te voy a dejar cinco testimonios de quienes sí tuvieron esa suerte que yo no tuve.
Rubén Darío Forestello compartió plantel con Garrafa en El Porvenir y en Banfield, y en ambos clubes fueron campeones ascendiendo de categoría: “José es un amigo del alma, vivimos juntos muchas cosas fuertes dentro y fuera de la cancha. Me hacía calentar y a la vez yo a él para que entrenará como yo, para que sea más grande de lo que fue. Si me preguntás, fue el jugador con quién mejor me sentí en la cancha. Imagínate que yo hasta que lo conocí había hecho 70 goles y en los 3 años que compartí plantel con él hice otros 70, con eso te digo todo. No necesitaba ni siquiera pensar: con sólo mirarlo yo sabía donde iba el centro, donde me la iba a picar, era sólo cuestión de ir para encontrarme la pelota. Un crack con todas las letras".
Ivan Delfino, hoy entrenador de Estudiantes de Río Cuarto y capitán de aquel El Porvenir campeón de la B Metropolitana del año 97/98, también recuerda a Garrafa: "José tenia un corazón enorme. Era un tipo muy generoso, que le decían loco pero que de loco no tenía absolutamente nada. Muy buena gente y muy buen compañero. Y como jugador, qué decir… Yo lo tuve a favor y a vos te tocó sufrirlo, el mejor jugador que tuve como compañero, al que más diferencia le vi hacer. Nosotros defendíamos sabiendo donde estaba José, y también sabíamos que, pelota que le caía a un metro, no volvía, que la tenía, la guardaba y la defendía como nadie. Siempre fue un chico en su esencia, imagínate que en las concentraciones en El Porve (la concentración está debajo de la platea y las ventanas dan a un playón que se utiliza como estacionamiento) a las 3 ó 4 de la madrugada le tiraba piedritas a los autos para que suenen las alarmas, el hdp se dormía a esa hora y después la rompía toda. Yo no sé como hacía pero era un genio".
Mariano Valentini, hoy ayudante de campo del Tano Cinto en la Tercera División de Banfield, era el cinc de ese equipo de El Porvenir que condujo Ricardo Calabria y nos deja esta reflexión sobre su llegada al club de Gerli: "La historia con Garrafa empezó antes de su llegada al club. En el primer semestre del 97 nos toca jugar el Octogonal contra Laferrere y el gordo nos dio un baile bárbaro, y fue ahí donde el Tano se enamoró de Garrafa y le dijo al finalizar el partido: ‘El torneo que viene te quiero acá’ y así fue. Llegaron juntos él y Darío Forestello y fueron el salto de calidad que nos había faltado el torneo anterior. Era un muy buen pibe, sano, noble, un personaje hermoso, que era capaz de comerse un choripan antes de un partido o entrenamiento, pero que a la hora de jugar tenía una tranquilidad asombrosa y que hacía que todo aquel jugador terrenal como yo lo envidiara. Tenía una visión de juego extraordinaria, no necesitaba correr porque una de sus mayores virtudes era saber ubicarse, siempre estaba solo, no sé cómo hacía pero siempre recibía con ventaja”.
“Darle la pelota a él era descansar porque la sostenía como nadie -remarca- y no sólo la cuidaba, sino que donde el rival le daba un centímetro de ventaja dejaba mano a mano con el arquero a cualquiera. El gordo era un personaje divino, nos reíamos mucho, un pibe muy noble".
Así como Delfino fue el capitán en su paso por El Porvenir, el "Archu" Javier Sanguinetti -actual Director Técnico de Sarmiento en la Liga Profesional- portó la cinta durante su recordado paso por Banfield, que ascendió en el año 2001 a Primera Division: "Hablar de Garrafa es hablar de un niño grande, un tipo muy noble pero que nunca dejó de ser un niño, que todo lo hacía jugando y no se tomaba nada en serio. Tal es así que hasta la vida la tomó como un juego. Un gran tipo y un extraordinario jugador, un jugador de barrio, de potrero, de ésos que hoy no abundan. Muy profesional, nada que ver con lo que la gente imaginaba de él, y dentro del campo era muy anárquico, muchas veces tomaba decisiones que provenían de su intuición. Al gordo le fascinaban las motos y si bien nosotros le decíamos que tuviera cuidado, mucho no nos escuchaba, nos decía que si para que no nos preocupáramos, pero eran su debilidad, un tipo que nació y murió en su ley, arriba de una moto y en la puerta de su casa".
Adrian "Loco" Gonzalez, hoy ayudante de campo de Sanguinetti en Sarmiento pero que en aquellos días era el compañero de zaga del Archu en ése Banfield, nos brinda su aporte: "Como jugador Garrafa era un tipo en el que vos sabías que cuando tenía la pelota algo distinto iba a pasar. Desde mi posición de marcador de central era verlo y admirar como conducía al equipo, como cubría la pelota o cómo asistía, y era tal su locura qué disfrutaba de la misma manera hacer un gol qué una asistencia. Muchas veces estaba en posición para hacer su gol y no sé como, pero siempre encontraba un pase para que lo hiciera otro, y acordate Marianito, en la final en la cancha de Quilmes que se la da a Dario (Forestello) para que haga el gol él. Era un crack con todas las letras. Tuve la suerte de que nos hicimos muy amigos, no sólo éĺ y yo, sino que las familias se hicieron amigas, a la semana de haber llegado al club ya éramos compinches. Era un niño al que había que mimar mucho para que se sintiera bien, un buen amigo, un niño con un corazón único".
Amado u odiado, no había términos medios. Solo dependía de qué lado del mostrador lo veías o lo tenías. Lo que sí no encuentra diferencias es en la mirada general, en el análisis futbolístico: Garrafa era y fue un crack. El que convertía el fútbol profesional en un partido de barrio, en un potrero. Y en ese potrero, Garrafa fue el rey.
Excelente reseña de lo que para vos representa ser crack, me quedé con ganas de más 🤩‼️ Como siempre Mariano, espectacular 👍🏻‼️
Hermosa historia de una gran personaje de este lindo deporte que es el fútbol.