Tierra a la vista: los argentinos que se lucen en Centroamérica
Cientos de jugadores y entrenadores argentinos escriben sus historias en tierras centroamericanas. La pasión no entiende de geografía: el fútbol es una forma de vida.

Fue la propia FIFA la que, a fines de 2020 y a través de un artículo replicado en sus redes sociales, confirmó la noticia: por primera vez en once temporadas consecutivas, Lionel Messi no sería el máximo goleador argentino en un año calendario. Los flashes apuntaron entonces hacia Ramiro Rocca, el delantero nacido en Hughes, Santa Fe, que atravesaba un momento excepcional en el Municipal de Guatemala y se quedó con ese reconocimiento tras anotar 25 goles.
“Fue algo muy lindo, increíble e impensado. No me lo voy a olvidar nunca. Lo traté de disfrutar al máximo”, recuerda Rocca en diálogo con Insiders, mientras aprovecha unos días en Argentina para entrenarse, tras el frustrado desenlace de su paso por el Marquense. Impensado en aquel entonces, pero real en el presente: Rocca y Messi hoy conviven en ligas de la misma confederación.
La relación del mundo CONCACAF con el exterior estuvo históricamente marcada por el peso de México en las competiciones internacionales y por el crecimiento —no solo económico— de Estados Unidos. En el medio, casi como una tierra de nadie, aparece Centroamérica. Hasta allí viajamos con Insiders para conocer de cerca su fútbol: una ruta cada vez más elegida por futbolistas argentinos que desarrollan allí sus carreras y sus vidas.
La primera escala es Panamá. Luego de una extensa etapa amateur, el país canalero profesionalizó su liga doméstica en 1988. Árabe Unido, el segundo equipo más ganador del país, fue el destino reciente de Juan Pablo D’Angelo, defensor de 22 años nacido en Justiniano Posse, Córdoba.
“Me llamaron una noche, un representante me contó que existía la posibilidad de venir. No lo dudé. No conocía la liga, pero estoy muy cómodo”, cuenta el zaguero, que ya suma ocho partidos en el campeonato.
Con la barrera idiomática resuelta, el primer gran desafío suele ser el cambio cultural. “Yo vine solo y a veces cuesta arrancar. Me encontré con otra cultura, en todo sentido. Acá se vive bien y el nivel de la liga es fuerte: todos los equipos intentan jugar y hay jugadores de renombre. Estoy en uno de los clubes más grandes de acá. Las instalaciones son muy buenas y están construyendo un estadio nuevo”, cuenta mientras se prepara para la recta final del torneo. Su equipo está a solo tres puntos del líder, Plaza Amador, y sueña con el título.
El viaje continúa en Costa Rica, donde otra historia argentina echa raíces. A pesar de la diferencia de casi diez años, la amistad florece entre quienes hablan el mismo idioma: el del fútbol. Mariano Torres hizo todas las divisiones inferiores en Boca Juniors y, en 2007, comenzó a entrenar con el plantel profesional mientras capitaneaba la Reserva. En una práctica, el propio Juan Román Riquelme quedó sorprendido por su talento. A partir de ese cruce nació una relación que aún hoy se mantiene viva.
Sin lugar en la Primera de Boca, el mediocampista inició un recorrido que lo llevó por distintas geografías y culturas: Austria, Brasil, Chile y Bolivia figuran en su pasaporte. Todo eso ocurrió antes de encontrar su lugar en el mundo. El 27 de junio de 2016 se oficializó su fichaje por el Deportivo Saprissa, club del cual hoy es el máximo goleador de su historia en el ámbito vernáculo. “Me buscó el gerente en ese momento, que era ni más ni menos que Paulo César Wanchope —hoy entrenador del equipo—. Al principio no sabía nada de la liga, empecé a buscar información. Me hablaron muy bien del país, que era un lugar muy bueno para vivir”, recuerda Torres en charla con Insiders.
Ya entrado abril de 2025, Torres sigue vistiendo de morado y se convirtió en el extranjero con más partidos disputados en la historia del club. Ídolo total de la afición y emblema indiscutido de la última década, participó en la conquista de once títulos entre torneos nacionales e internacionales. “Sabía que llegaba al club más grande de Centroamérica, pero jamás imaginé que me iban a tener tanto cariño tantos años después. Al principio solo quería jugar y ganar algún título. Después las cosas se fueron dando... y acá estoy, nueve años después, tan feliz como el primer día”, cuenta. Y deja una puerta abierta sobre su futuro: “Después de retirarme —que seguramente será con esta camiseta— no tengo claro qué voy a hacer, pero quedarme acá es una de las opciones. Es un país muy lindo para vivir”.
La relación con el ídolo futbolístico y actual presidente de Boca sigue intacta. Torres fue invitado a participar de la despedida de Riquelme en la Bombonera, recibió un permiso especial de la dirigencia de El Monstruo para estar presente en la gran fiesta y llevó consigo un regalo con valor simbólico: una camiseta del Saprissa con la número 10 y el nombre "Román" estampado en la espalda. Esa noche inolvidable —que incluyó una cena de gala con la presencia de estrellas del fútbol mundial, entre ellas Lionel Messi— quedó sellada como otro capítulo de afecto y admiración mutua.
La conexión entre Boca y Saprissa se vuelve evidente bajo la mirada de Torres, que traza un paralelismo entre ambos mundos: “Saprissa es como Boca. Por la repercusión, tanto para lo bueno como para lo malo. Acá la gente vive el fútbol con una pasión inmensa. Tenemos la hinchada más grande del país y, para mí, de todo el continente”.
En este viaje por la geografía centroamericana, subimos algunos kilómetros hasta llegar a Nicaragua. Allí, en 2020, desembarcó el merlense Luis Acuña. Formado en Vélez y con una experiencia previa en Guatemala, el mediocampista actualmente juega en El Salvador. Detalle no menor en la vida itinerante de muchos futbolistas: con cada mudanza, también crece la familia. “Hoy somos cinco: mi mujer, tres hijos, un perro y yo”, dice entre risas, como quien lleva con humor el peso de las valijas cargadas de historias.
El llamado de un representante volvió a abrirle las puertas del extranjero, tras anteriores pasos por Chile, México y Guatemala. “Cuando me contactaron para ir a Real Estelí no conocía mucho, pero empecé a investigar en internet y redes sociales. Llegaba al último campeón del torneo local. Miraba partidos en YouTube para ver cómo jugaban y cómo era la liga. Los planteles no cambian tanto de un torneo a otro, y fue lindo que me tuvieran en cuenta”, recuerda Acuña.
Y no se equivocó: “Me hablaron maravillas del club, y no me mintieron. Me sorprendió que tenía varias disciplinas muy fuertes: béisbol, básquet, ciclismo. Eso lo convierte en el club más grande del país”. Con su llegada, Real Estelí volvió a consagrarse, se clasificó a los torneos de CONCACAF y comenzó un ciclo brillante que incluyó dos subcampeonatos consecutivos en la Central American Cup. Así, se ganó el boleto para disputar la actual Champions Cup y medirse con equipos de la MLS y la Liga MX.
Junto a Carolina, su compañera de ruta, los Acuña fueron sembrando y cosechando en cada destino. Así creció la familia: Agustín (11), nacido en Chile; Luciana (8), en México; y la pequeña Sara Emilia, que llegó al mundo hace apenas ocho días en El Salvador. Hoy Acuña defiende los colores del Fuerte San Francisco, en la exigente —y calurosa— primera división salvadoreña: “Algunos partidos son a las tres de la tarde con 38 grados... ellos están acostumbrados”, comenta. Y no se olvida de Dumi, el perro que se convirtió en parte de la familia durante su etapa en Nicaragua. Otro integrante más en esta travesía de fútbol y vida.
El imaginario popular del fanfarrón hincha argentino suele desmerecer cualquier experiencia que se aleje del ambiente tradicional. Sin embargo, en el siempre recomendable archivo de AXEM, figuran 777 futbolistas argentinos que tienen actividad en el mundo CONCACAF. Una cifra que habla por sí sola. ¿Las razones? Oferta laboral atractiva, barrera idiomática resuelta en muchos países y un fútbol que, más allá de vicios estructurales o disputas locales, comenzó a evolucionar y perfeccionarse desde lo colectivo.
También hay espacio para los entrenadores. Pedro Troglio desembarcó en el fútbol hondureño en 2019 para hacerse cargo de Olimpia, uno de los gigantes de la región. Era su tercera experiencia internacional, tras dirigir en Paraguay y Perú. Su primer ciclo se vio interrumpido por un llamado del fútbol argentino: San Lorenzo. Tras un paso fugaz, regresó a Olimpia y siguió ganando. Con nueve títulos a cuestas, una nueva propuesta desde la Primera División de Argentina volvió a golpear su puerta.
En la otra vereda, Diego Martín Vásquez se convirtió en un nombre clave en la historia de Motagua: cinco títulos como jugador y siete como entrenador lo respaldan. El mendocino llegó al fútbol hondureño en 1997 y nunca más se fue. Una vida dedicada al país, que incluso lo tuvo como DT de la selección nacional.
Y no está solo. El rosarino Héctor “Rey Midas” Vargas también llegó en 1997 y aún sigue activo, con seis títulos como entrenador. El tandilense Mauricio Tapia desembarcó en 2005 en el fútbol guatemalteco y hoy sigue dirigiendo en Centroamérica.
Tener alguien cerca, que ya haya hecho el camino, puede ser determinante. Fue el propio Vásquez —que del puesto sabe— quien pidió por Jonathan Rougier en 2017. El arquero entrerriano, nacido en Villa Elisa, venía de atajar en Defensores de Pronunciamiento, donde había conseguido el ascenso al Federal A. “Al principio no estaba muy convencido. Si bien jugaba en la tercera división de Argentina, después de tanto tiempo dando vueltas, estaba cerca de mi familia y acabábamos de lograr un ascenso. La diferencia económica no era muy grande. Pero me tiraba mucho que era primera división. Con el diario del lunes, estamos muy contentos”, afirma hoy el arquero de Motagua.
A diferencia de lo que puedan imaginar muchos, las diferencias entre una tercera división en Argentina y jugar en la primera división de un país centroamericano existen: “llegué y me encontré con una estructura mucho más profesional. Y en ese momento no había tantas canchas en buenas condiciones, ahora ya hay dos hibridas y en breve se inauguran dos más. Fue evolucionando mucho todo, el desarrollo de los equipos y en infraestructura. Acompañado por el andar en las copas Internacionales y creo que la llegada de Messi al mundo CONCACAF sirve para la exposición y que todo siga creciendo”.

Para el arquero, otra de los grandes desafíos en el proceso de adaptación fue pasar de una vida tranquila, casi de pueblo, al reconocimiento diario jugando en un club con exigencia máxima. Esa intensidad de los fanáticos se vio interrumpida abruptamente por la pandemia. Allí, junto a su esposa y otras familias de jugadores extranjeros, decidieron quedarse en Honduras por el temor a que se reactive la liga y no puedan regresar. Ese tiempo también sirvió para iniciar el curso de entrenador y el emprendimiento familiar de venta de alfajores junto a su mujer Ana Emilia.
El arraigo de Rougier con Honduras creció a base de grandes actuaciones, títulos obtenidos y constancia durante años. Y así, se abrió la puerta para la naturalización. “Los directivos de Motagua me lo propusieron, ellos podían liberar un cupo. Desde allí se comenzó también a hablar de la chance de la selección, aunque no suelen nacionalizar muchos jugadores”. Estaba paseando al perro cuando recibió el llamado del Profe Rueda y su primera convocatoria para debutar en un partido contra Costa Rica el año anterior. “Fue un sueño, estar en la selección y poder representar a un país que me dio tanto. Post retiro, quiero seguir ligado al fútbol y hacerlo aquí sería genial”.
La próxima escala es en El Salvador, tierra del inolvidable Mágico González. Allí, Luis Acuña comparte su experiencia: “Recorrí varios países en mi carrera y me sorprendió la tranquilidad que encontramos acá con mi familia: hay mucha seguridad. Además, el fanático del fútbol es muy pasional y se disfruta mucho, ya sea en el estadio o por redes sociales”. El mediocampista, habituado al nomadismo futbolero, confiesa que extraña las facturas, las milanesas y los asados argentinos. Con su esposa chilena, van alternando en la cocina entre platos típicos de la región y sabores más sudamericanos.
En este ir y venir —y en los fuegos también— están quienes ya hicieron historia y disfrutan hoy de una vida estable en un territorio que, tiempo atrás, parecía inhóspito. Alejandro de la Cruz Bentos nació en San Pedro, Misiones, y desde chico mostró condiciones para el fútbol. Tras sus primeros pasos en ligas regionales y en el ascenso, su carrera lo llevó a Corrientes, donde jugó en Boca Unidos, Puente Seco y Mandiyú. Ya instalado en Buenos Aires, se probó en Deportivo Morón con el “Cabezón” Lemme, quien luego lo llevó a All Boys. Fue allí cuando un representante —con quien aún mantiene vínculo— le acercó una oferta para jugar en Centroamérica.
“En 2001 llegué al Club Deportivo FAS directamente para una final. Pude marcar un gol, pero perdimos. Al año siguiente tuvimos revancha: ganamos 4-0, hice un gol y salimos campeones”, rememora el delantero, que disputó más de 500 partidos profesionales y anotó 144 goles. Retirado en 2015, a los 36 años, hoy tiene un negocio familiar en El Salvador y también trabaja en una cadena de casinos. Es chef profesional, una vocación que desarrolló en paralelo a su carrera futbolística. Ya había tenido experiencias gastronómicas con su primer local, Bentos Sports Bar & Grill, y durante la pandemia con la apertura de “Choripanes El Che Bentos”.
Luego de una etapa en el Puebla de México, Alejandro de la Cruz Bentos retornó a El Salvador para seguir sumando títulos: fueron seis en total, engrosando el palmarés del club más ganador del país. “El fútbol me dejó muchos amigos, por toda Centroamérica. Eso es lo mejor de todo lo que viví”, reflexiona el delantero. Tras su etapa en El Salvador, viajó a Estados Unidos para jugar en la tercera división. En 2017, organizó su partido de despedida, que contó con la presencia del Mágico González.
La familia, además de ser la base de su vida personal, también definió su camino. Hijo de una familia de ocho hermanos —actualmente repartidos entre Misiones y Cañuelas—, Bentos formó la suya propia, y así llegaron Antonella (20 años), Fiorella (14), Matías Alejandro (11), Ana Victoria (6) y Esteban Alejandro (3). Todos ellos, en su recorrido por el mundo CONCACAF. “Son todos ciudadanos estadounidenses, pero eligen vivir en El Salvador”, comenta con orgullo, dejando en claro lo asentado que está en la cotidianeidad de aquel país.
En Guatemala, el Killer Ramiro Rocca fue campeón con Municipal, pero su primera experiencia en el continente fue en El Salvador, y también dejó su huella en Real España de Honduras, donde anotó 63 goles en 111 partidos jugados. De sus inicios recuerda: “Llegué acá porque conocía a un entrenador en Central Córdoba de Rosario, quien agarró Chalatenango en El Salvador y me fichó. Hice goles y luego pasé a Deportivo Iztapa en Guatemala, donde seguí rindiendo muy bien”.
Tan adaptado al fútbol de la región, Ramiro Rocca formó familia con una hondureña, con quien aún no tienen claro cuál será el país elegido para radicarse una vez finalizada su carrera futbolística. “Acá el clima cambia bastante, dependiendo del país en el que te toque estar. Es cierto que se extraña la tranquilidad de Hughes, mi ciudad”, reconoce el delantero.
Desde su llegada al fútbol de CONCACAF, Rocca ha anotado más de 130 goles y comparte algunas claves del fútbol en la región. “Es un fútbol muy físico, hay que estar muy preparado. Es de roce y, además, se vive con mucha pasión, la gente es fanática y exige mucho”, reflexiona el atacante, quien se quedó con las ganas de seguir sumando goles con la camiseta de Marquense. Una supuesta mala inclusión, aún en proceso de apelación, en su debut, terminó con la quita de puntos para el club y su inhabilitación para formar parte del equipo.
Aquella situación fue la peor de su etapa centroamericana. “Fue una situación horrible, algo muy raro. Yo fui con todos los papeles en regla, todo estaba bien, hasta FIFA nos dio el aval. Me dieron el carnet, me dijeron que podía jugar, y cuando fui al banco me dicen que no podía estar allí. Si no hubiese estado en falta, algo que no es así, me hubiera ido a otro lado”, recuerda con amargura.
Centroamérica llega hasta Bélica, donde tres argentinos juegan actualmente en el campeonato. A lo largo de los últimos años, varios compatriotas han pasado por allí, compitiendo con constancia en los torneos de CONCACAF. Aunque a la distancia puedan surgir algunas ideas preconcebidas, el idioma no representa un obstáculo: la mitad de la población habla español.
El recorrido nos ofrece una escala adicional: dejamos la región para irnos a República Dominicana, donde la joven liga profesional tiene como vigente tetracampeón al Cibao FC. El equipo de Santiago de los Caballeros cuenta con un manager argentino, Gabriel Fernández, y un ex preparador físico de las divisiones inferiores de Boca Juniors, Daniel Rui. Además, en el plantel también se encuentra el mediocampista argentino Gonzalo Alarcón.
El Cibao FC posee un estadio que destaca por un árbol que crece pintorescamente en medio de una de las tribunas, detrás de uno de los arcos. El equipo realiza un trabajo exhaustivo para mantener todo en perfecto estado, lo que confirma la opinión de Alarcón. “Me encontré con un club serio, en constante crecimiento. La liga es muy física. Estoy contento, el público acompaña, aunque obviamente no es como en Argentina. La vida aquí es muy tranquila y se vive muy bien”, resalta el exjugador de Güemes.
La subestimación es moneda corriente, tanto en el fútbol como en la vida misma. El fútbol de Centroamérica, históricamente visto a la distancia, crece paso a paso y se consolida como una tierra fértil para el desembarco de muchos argentinos que cumplen su sueño: vivir del fútbol. Vivir, que no es poco.
Muy linda y descriptiva nota. Se habla de 770 jugadores argentinos diseminados por esas tierras...fantástico.