El Unicornio francés, part deux
Victor Wembanyama representa un nuevo paradigma en la NBA y la posibilidad concreta para San Antonio de revivir los días de gloria de su Big Three.
Es la magia de lo nunca antes visto en una ciudad que fue testigo de casi todo. San Antonio se acostumbró al éxito, con Gregg Popovich como cerebro, David Robinson como pionero y un tridente inolvidable que edificó uno de los procesos más laureados en la historia del deporte profesional estadounidense. El profesionalismo, la ética de trabajo, la competitividad feroz y el talento natural del Big Three, acompañado por la irrupción de Kawhi Leonard, extendieron un ciclo que duró mucho más de lo esperado en la cima de la NBA.
El problema era, incluso en medio de todas aquellas victorias, el día después. Y no fue fácil: San Antonio registró récords negativos durante las siguientes cuatro campañas y volvió a ausentarse de unos Playoffs por primera vez después de 22 temporadas. Pero pese a las caídas, a las decepciones, había esperanza: con Popovich todavía al mando, con Ginóbili vinculado en la gerencia y con Duncan rondando siempre los entrenamientos, la reconstrucción asomaba inevitable. Y un golpe de suerte acompañó el proceso: en la ciudad se celebró como un campeonato cuando la lotería determinó que los Spurs elegirían con la primera selección del siguiente Draft.
Como pocas veces en la historia, ese pick tenía nombre y apellido: Victor Wembanyama sería el nuevo emblema de San Antonio, de la franquicia y de la ciudad que edificaron los mitos que tienen su camiseta retirada en el techo del Frost Bank Center. El francés es el siguiente eslabón en la Dinastía Spurs, la continuidad de una cultura innegociable, la síntesis de todas las características distintivas de los Spurs durante más de veinte años.
Y Wemby cumplió con creces durante su primer año NBA: fue elegido como novato del año y finalizó como líder de tapas. Aunque su equipo volvió a redondear un registro perdedor, el pivot sentó las bases de su revolución: promedió 21.4 puntos, 10.6 rebotes, 3.6 tapas, 3.9 asistencias y 1.2 robos en una planilla en la que finalizó con 46.5% de cancha, 32.5% de tres con 5.5 intentos por juego y un promisorio 79.6% desde la línea de libres.
Pero no alcanza con sus primeros pasos como novato: el segundo año NBA de Wembanyama probablemente constituya —por la importancia del jugador y el incalculable potencial que proyecta su figura a futuro— en la temporada individual sophomore más sujeta a escrutinio y examen público desde 2004, año en que los flashes del mundo basquetbolístico posaron sus lentes en LeBron James y sus Cleveland Cavaliers. Este detalle no es menor, porque el mérito en la evolución del francés se potencia en función del cúmulo de presión que descansaba sobre sus hombros tras su primer año.
Estos San Antonio Spurs —como aquellos Cavs del Rey James— transitan un periplo lógico de transición ascendente, tras haber disfrutado de sus años más gloriosos: unas décadas de éxito y competitividad sostenidos largamente en el tiempo -primero con David Robinson; luego con Tim Duncan y el aporte internacional de Tony Parker y nuestro Manu Ginóbili; y finalmente con Kawhi Leonard-, en una dinastía inédita en la historia de la NBA y del deporte estadounidense.
Nadie pretende que este conjunto texano compita seriamente por encumbrarse en su Conferencia Oeste durante la temporada 2024/25 y en el futuro inmediato, sino que su propósito es más bien modesto: ubicarse en la medianía de la competencia, con aspiraciones de Playoffs/Play-In, mientras se desarrolla su núcleo joven.
En este sentido, San Antonio cuenta con algunas armas de las cuales carecía en 2023/24, gracias a la incorporación de dos veteranos —Harrison Barnes y Chris Paul— que han aportado estabilidad y solidez a la juventud reinante en la rotación habitual. Por vía del Draft, añadió un nuevo rookie a la estructura como Stephon Castle, cuarta elección de 2024, de prometedor futuro como eventual tercera espada de un equipo con aspiraciones serias.
A su vez, mantuvo a aquellas piezas utilitarias más relevantes, todos de una franja etaria sub 25: Keldon Johnson —perimetral medallista olímpico en Tokio 2020, quien suma minutos considerables pese a partir desde la banca—, Devin Vassell —especialista tirador— y Jeremy Sochan —diamante aún sin pulir como navaja multiuso, en un rol ya definido como alero o ala-pivot—.
La incorporación de De'Aaron Fox sobre el cierre del mercado, en una operación en la que San Antonio no entregó a ninguna de sus piezas más valiosas, abre una nueva dimensión en la formación texana. Los registros numéricos de esta nota fueron evaluados previo a la llegada del ex base de Sacramento Kings con el fin de comparar la evolución de Wemby con un staff similar al de su aventura como rookie. Con Fox, San Antonio seguramente aumentará su ritmo de juego y Wemby incluso aliviará su carga ofensiva.
Faz ofensiva
La presencia de un base arquetípico como Paul —que, pese a su veteranía y la merma en su capacidad anotadora individual, sigue siendo más que capaz en el armado y gestión de la conducción de ataque— contribuyó a solidificar la ofensiva hacia un esquema de ritmo marcadamente más lento, que ha impactado en una reducción colectiva de pérdidas de balón. Así, en esta campaña, San Antonio redujo de 101,1 a 98,9 sus posesiones por 48 minutos: registros que parecen insignificantes pero que le han permitido pasar de ser la tercera ofensiva más veloz de la liga, a ubicarse en la medianía inferior de la competencia (18º).
Pese a esta nueva fisonomía en pacing, el eje central de la estructura de ataque no varió: sigue dependiendo primordialmente de Wembanyama. Sin embargo, hay un notorio cambio de paradigma en la evolución ofensiva del espigado pivot galo, al imprimirle a su juego una receta que —con anterioridad— había funcionado con Kristaps Porziņģis: su reconversión en una amenaza constante y voluminosa de tres puntos, en detrimento del volumen de sus posesiones en el poste bajo.
No hay parámetro más claro y evidente para ilustrar semejante fenómeno que su distancia promedio de lanzamiento: 17 pies (5,18 metros). El año pasado, el guarismo era cuatro pies más bajo (4,28 metros).
En esta línea, Wemby actualmente promedia unos 3,6 lanzamientos adicionales de triple por partido —siempre cotejado con la campaña previa—, diferencia que se amplía a 4,4 por 100 posesiones si se pondera aquella merma en el ritmo de juego a la que hacíamos referencia. Es decir, ahora promedia 9,1 triples intentados, respecto de los 5,5 de 2023/24. Como correlato, redujo sus tiros de dos puntos en 1,4 por cotejo —un considerable 3,6 cada 100 posesiones—.
Dicho en términos más sencillos y a fin de ordenar esta ensalada numérica: de cada seis disparos de dos puntos que Wembanyama intentaba en 2023/24, uno de ellos se transformó hoy en una amenaza de tres puntos.
La razón de esta estrategia es clara: Wembanyama permite, con su longitud, ampliar el spacing ofensivo de cualquier quinteto que los Spurs coloquen en cancha de un modo inusitado.
Por ende, las coberturas que cualquier oponente debe realizar son mucho más amplias, lo que se traduce en mayores y mejores intersticios para vulnerar la red defensiva adversaria. Ello no da tiempo suficiente para el recupero en esquemas zonales. Además, el francés saca centímetros de sobra en las marcas individuales, pues rara vez lanzará afectado por una mano rival cerca de su rostro.
Esta readaptación en su arsenal ofensivo contribuyó a una marcada mejoría en la calidad de los tiros: mejoró sus porcentajes en todos los rubros posibles. Así, no sólo amplió en un notable 5,2% su efectividad de dobles —alcanzando un muy valorable 58,6%—, sino que incrementó en 3,3% sus triples, pese al aumento sideral del volumen en que los intenta.
En particular, se lo observa con mayor fluidez y confianza no sólo como tirador estacionado —catch and shoot; literalmente “recibir y lanzar”—, sino incluso para el pull-up jumper —lanzamiento tras dribbling— que, en su caso y por obvias razones de envergadura, resulta imposible de taponar.
Esta reconversión a un Porziņģis recargado y de mayor nivel se ve reafirmada por el hecho de que, si bien sumamente certero en las proximidades al aro rival, Wemby aún no goza de un juego de poste bajo con un tiro marca registrada que sea su “licencia para matar” en cierres de partido o cuando el escenario apremia. Tradicionalmente, los grandes jugadores han tenido un lanzamiento sobre el cual reclinarse en situaciones límite como garantía de éxito —desde el fadeaway de Michael Jordan y Kobe Bryant; y hasta el flamenco de Dirk Nowitzki; pasando por el doble de media distancia de Kevin Durant, el sky hook de Kareem Abdul-Jabbar, o el side-step hacia su izquierda en 45 grados de Luka Dončić—.
Esta es una bala que Wembanyama aún no incorporó a su recámara, pero que desarrollará tarde o temprano. Porque su talento así lo reclama, y por necesidad personal de un tiro que le sea “fácil y seguro”, relativamente hablando.
Mientras tanto, la proliferación en el tiro de tres puntos facilita el trabajo ofensivo de unos Spurs que —más allá de Wembanyama— han carecido de valores de ataque que puedan crearse un lanzamiento por su cuenta. Situación que, desde ya, variará con la flamante llegada a San Antonio de De'Aaron Fox, cuyo arquetipo como base velocista con alma de escolta anotador permitirá abrir un nuevo abanico en el arsenal del joven centro.
Así, a priori, Fox no sólo permitiría hacer descansar a Wemby en su necesidad de hacerse cargo constantemente del goleo colectivo, sino que le proporcionaría válvulas alternativas de anotación fácil, como receptor de alley-oops.
A su vez, la ubicación de Wembanyama como perimetral obliga al rival a colocar a un jugador de cierta envergadura como su marca, pero que —a la par— sea lo suficientemente ágil como para mantenerse en su ritmo y velocidad. Ello habilita tanto los cortes al aro de compañeros que aprovechen la descongestión de la zona pintada, como la amenaza de que Wemby castigue amagando y colocando la pelota contra el piso para posibles penetraciones —tiene una llamativa ductilidad y coordinación para hacerlo, pese a sus 2,21 metros—.
Incidencia rebotera y faz defensiva
Este nuevo paradigma redujo, por una cuestión natural, su carga al rebote de ataque, pero mantuvo en igual cantidad los rebotes en el cristal propio (mejora de 0,8 por partido que, traducida en 100 posesiones, asciende a un valor idéntico de 13,4).
La tendencia responde a dos cuestiones. Primero, Wembanyama recibió un aumento de minutos del que carecía el año previo, en el que cierto sector de la prensa puso en duda si su cuerpo estaba acondicionado para la exigencia de la NBA. Actualmente promedia unos 33,2 minutos por juego. Por lo tanto, la merma en la carga al rebote de ataque disminuye su desgaste; circunstancia que —frente a la baja en el ritmo de juego del equipo— se vislumbra aún más acentuada.
Pero, aún más importante, su posicionamiento le permite retroceder rápido para consolidarse en el otro rol que le asigna la franquicia: como bastión defensivo y permanente patrullero de la zona pintada.
Que no haya dudas: más allá de los avances y mejorías de Wembanyama en su faceta ofensiva, donde realmente descolla como un factor absolutamente diferencial, es en el aspecto defensivo. El francés, como novato, quedó en segunda posición como Jugador Defensivo del Año. En esta campaña no ha hecho más que incrementar sus valores, bloqueando disparos a un nivel que no tiene parangón en la liga —4,0 tapones por encuentro—, sin contar la enorme cantidad de tiros cuya mera presencia obliga a alterar.
San Antonio Spurs es el equipo que provoca peor efectividad a sus rivales en lanzamientos de 0 a 5 pies —es decir, hasta 1,5 metros de distancia al aro—: 59,9%. La magnitud del logro se agiganta apenas consideramos que, en San Antonio, el sistema es Wembanyama y sólo Wembanyama. Es el único verdadero defensor de elite con el que cuenta el plantel y, más allá de ciertas individualidades útiles, carece de laderos de jerarquía en este aspecto del juego.
Ello contrasta fuertemente con aquellas franquicias que engarzan todo un engranaje de piezas para lograr un andamiaje defensivo sólido, como el campeón defensor Boston Celtics —que, pese a la merma en rendimiento en el presente curso, construyó una base integral de seis jugadores con nivel defensivo considerable, sin flancos vulnerables—, y los actuales líderes Oklahoma City Thunder —el mejor equipo en esta faceta, donde toda su rotación exhibe virtudes defensivas a excepción de Isaiah Joe— o Cleveland Cavaliers —cuya dupla interior de Evan Mobley y Jarrett Allen sostiene las desventajas que brindan sus guardias, de clara vocación ofensiva—.
En la zona pintada, todos ellos se rinden frente a la envergadura y la presencia de Victor Wembanyama. El verdadero sistema unipersonal.
La defensa de Wemby no sólo es de primera línea —con números que lo ubican como el máximo favorito a llevarse, esta vez, el Jugador Defensivo del Año—, sino que tiene un impacto inusitado en la historia de la NBA.
Asume un rol semejante al que han ejercido Giannis Antetokounmpo o —con más equivalencias— Anthony Davis en tiempos recientes, y que le ha permitido al griego obtener ese galardón en 2019/20: ser un defensor off-ball de elite. Función que reclama indefectiblemente una combinación de altura, timing, agilidad, destreza y portento físico sumamente difícil de obtener.
Ello implica que no tiene una asignación directa al mejor jugador del adversario para hacer marca personal agresiva apenas recibe; en parte, porque —con la posible excepción de Nikola Jokić, con un registro ofensivo inédito y poco convencional— no existe una pluralidad de hombres altos que asuman ese rol en la actualidad. Wembanyama es un merodeador: tiene asignado otro rival, se posiciona en los alrededores de la zona pintada, y es una permanente ayuda si la primera barrera defensiva es vulnerada.
Su presencia domina la pintura, bloqueando a diestra y siniestra. A su vez, su rarísima mixtura de longitud y ligereza le permite cubrir el ancho del rectángulo de juego en distancias nunca vistas, pudiendo alterar lanzamientos rivales de media y larga distancia desde una punta a la otra del parquet.
Por otra parte —y a diferencia de otros internos (como Rudy Gobert o Brook Lopez) que son enormes protectores del cristal propio, pero que conceden desventajas evidentes al quedar expuestos en el perímetro en duelos uno contra uno por cambios de marca—, Wembanyama es sorprendentemente ágil y coordinado para su envergadura. Por lo tanto, y salvo en hipótesis excepcionales de guardias hábiles y vertiginosos —Kyrie Irving, Stephen Curry o Tyrese Maxey, por ejemplo—, rara vez se encuentra en posición explotable al hacer switch.
Con el sistema defensivo edificado en torno a su bestial influencia y un arsenal ofensivo en permanente desarrollo, Victor Wembanyama encarna la evolución de la evolución que atraviesa a la NBA hace una década y la ilusión de un San Antonio que, como en los tiempos de Tim, Manu y Parker, ahora tiene argumentos para ilusionarse con volver a celebrar un anillo.
Gran nota ! Como siempre